jueves, 10 de abril de 2008

Fracaso y delirio, eso es La obligación de expresar (Conversación con Víctor Fowler)

Leyla Leyva Lima


Aunque al Retrato de grupo de hace más de veinte años pudieran faltarle algunos significativos poetas de la generación del ochenta, pocos se aventurarían a no considerar que la mayoría de los que figuraban allí continuaron luego una obra sólida. Víctor Fowler (La Habana 1960), el ganador del premio Guillén 2008, es uno de ellos. Con La obligación de expresar, el jurado compuesto por Omar Pérez, Pedro de Oraá y Luis Álvarez, hizo reverencia a la sinceridad de la escritura del libro seleccionado y estimó que se apartaba de "la artificiosidad recurrente en la actual poesía".
Distinguido en dos ocasiones con el Premio de la Crítica (Historias del cuerpo, ensayo, y El maquinista de Auswitchtz, premio UNEAC de poesía), Fowler, también narrador confeso, se destaca por ser uno de los más activos polemistas de nuestra vida sociocultural. Su poesía, de tono reposado, charla, razona, y parece situarse siempre al borde de la emoción. En su obra, la crónica de lo inmediato, historias de apariencias triviales, o las meditaciones humanistas que la caracterizan, pasan por una consideración muy particular de lo lírico.

Tu poesía ha sido definida como reflexiva, enfáticamente cubana, y de aguda conciencia crítica. Quince años después de Confesionario declaras entender mejor la escritura poética. ¿Qué hay de esas "dudas" y "certezas" que también dices haber madurado?
Nada nuevo hay en que afirme ser la dualidad o contradicción de mis dudas y certezas. Viajan conmigo, son polos del debate permanente sobre el sentido de la existencia, la sociedad, la acción humana entre los cuales he sido y moriré al final. Me gusta pensar esta frase, aclaro que la cito de memoria, según la marca que me dejó, del Dostoievsky de Crimen y castigo: "Dios y el Diablo combaten sin descanso y el campo de batalla es el corazón del hombre". En mi caso, la capacidad de entender ese combate, está en la escritura poética porque esta es mi modo de responder y de posicionarme: las palabras, puesto que no me concibo sin ellas. Y son las palabras de la poesía, incluso cuando escribo crítica, ensayo o cualquiera otra cosa; siempre está ese combate y siempre las palabras para transmitir respuesta. Puede que transmitir deba de ser sustituida por presentar, pues esta última da mejor idea de ser parte activa del combate mismo, responder es involucrarse.

La obligación de expresar tiene un título que hace pensar más en el ensayo, en el estudio sociológico…
El título fue tomado de un texto sobre arte del escritor irlandés Samuel Beckett, de modo que sí, tiene ese aire que mencionas; sin embargo, se trata de un fragmento que se refiere al hecho de la expresión como tal y, por tanto, al sentido de la existencia humana y al puesto que ocupamos, que buscamos, en la batalla antes aludida. Creo que mejor reproduzco un fragmento más largo que el que finalmente puse como exergo del libro y así se verá mejor dónde estamos:

D: ¿Qué otro plano puede haber para el hacedor?
B: Lógicamente ninguno. Y aún hablo de un arte volviendo de allí con disgusto, cansado de sus insignificantes explosiones, cansado de pretender ser posible, de hacer poco más que la misma vieja cosa, de ir un poquitito más allá en un camino aburrido.
D: ¿Y prefiriendo qué?
B. La expresión de que no hay nada que expresar, nada con qué expresar, nada desde lo cual expresar, ningún poder para expresar, ningún deseo de expresar, junto a la obligación de expresar.

No en vano se trata de un diálogo, entre Beckett y Georges Duthuit, ocurrido en el año 1949, cuando la humanidad ha podido llegar a ese límite que fue el horror de la Segunda Guerra Mundial, lo cual debió de ser vivido como un fracaso último del arte en cuanto a su posibilidad de conjurar dicho horror; al propio tiempo, y tal es la paradoja, semejante fracaso implica una liberación, pues al no existir un "para qué" la ética queda librada a sus propias fuentes más raigales, más hundidas en el centro del ser, y es entonces que la producción de arte realiza el oxímoron de manifestarse como obligación libre. Por cierto, que es sobre la base de un documento rescatado de esa misma Segunda Guerra Mundial, el diario de un soldado muerto (creo que alemán), que Elías Canetti elabora uno de sus más bellos textos, el ensayo La conciencia de las palabras. Canetti habla de que, cuando leyó por vez primera el diario, se sintió molesto dado lo absurdo de una frase que allí aparecía; el joven soldado, cuyo sueño era ser alguna vez un gran poeta, escribía que si él de verdad hubiese tenido la materia de un poeta grande, habría podido detener la guerra. Décadas más tarde, Canetti confiesa haber entendido que lo que semejante desmesura transmite es justo la esencia de la literatura, el delirio propio de todo acto de escribir; de modo que, fundiendo extremos, diría yo: fracaso y delirio, eso es la obligación de expresar.

Has publicado una docena de libros, nueve de ellos de poesía. Una práctica, la de escribir poemas, que te deja "anímicamente erosionado", según revelas. ¿Cuán urgente es esa necesidad de "expresar" que te impulsa a un acto tan lesivo?
La urgencia es la respuesta. Tan grande como la respiración o sangre circulando. No sé qué otra cosa hacer ante la inminencia del evento, latigazo de memoria o futuros que entreveo o imagino. Al menos para mí, expresar es la única forma de no morir como individuo y de organizar de manera coherente mi integridad espiritual y moral. Estoy en las palabras y soy mis palabras. Para colmo, ellas me obligan a seguir caminos que han trazado (cuando alguna vez resolví problemas que me plantearon) o a explorar veredas nuevas.

La crítica ha aceptado, casi de manera unánime, que la llamada generación del ochenta fue próspera en buenos poetas, muchos de ellos ganadores del Julián del Casal y de varios de los Guillén. También se habla de las circunstancias de tal irrupción. ¿Qué supones ha pasado con las generaciones sucesivas? ¿Cómo ves ahora mismo el panorama poético cubano?
La primera parte, la introducción, obliga a manifestar confianza; a fin de cuentas, hoy son poetas de los noventa o del dos mil quienes ganan los premios Julián del Casal e irán también ganando los Guillén. En este sentido, los concursos importan poco: para las preguntas que ahora me haces. Aunque muchos lo dijimos en nuestra particular forma, fue el crítico Jorge Luis Arcos quien encontró la exacta manera académica de juzgar el proceso literario vivido por la promoción de los ochenta: ejecutaron, más bien completaron, un proceso de cambio de norma en la escritura poética cubana. Les tocó desplegar las variantes del momento final en la batalla entre las tendencias conversacionales o herméticas dentro de la poesía cubana, arrancaron toda rémora que aún pudiese quedar de la ideología escritural que presidió los setenta cubanos, convirtieron el consignismo político en política de la escritura, desplazaron la ideología declarativa y en primer grado de los textos hacia el ámbito de la meta-escritura en donde el texto analiza sus propios presupuestos discursivos, abrieron enormemente el canon al tender lazos con autores y escuelas poéticas que al inicio de aquellos ochenta apenas se escuchaban entre nosotros, introdujeron nuevos temas y problemas para la escritura poética. Una batalla tan enorme, en tantos campos a la vez, no puede sino merecer consecuencias enormes y -curiosamente- la más evidente es la existencia hoy de un campo de escritura donde ninguna tendencia estética predomina por sobre otra. Me gusta que sea así, pero, al propio tiempo, lamento la incapacidad de la crítica nuestra para entonces destacar dónde se encuentra lo esencial, lo que penetra en lo más profundo del presente o que adelanta los caminos futuros a la literatura. Gracias a la combinación de ignorancia, bajo nivel cultural, pobre formación, información escasa, negativa a correr riesgos, somos incapaces no sólo de hacer eso, sino de valorar lo que aquí se produce en sintonía con las literaturas de la región, la lengua y el mundo. Si esto es verdad, entonces estamos tan productivos (a mi juicio, en una inmensa capa, a escala menor) como paralizados.

A dos años de ganar el Premio UNEAC de poesía obtienes el Guillén. Muchos aseguran, incluso tú has hablado de ello, que el primero conserva todavía un sabor de tradición y una legitimidad inigualables. ¿Se necesitaría algo más que elevar la cuantía monetaria del Premio UNEAC, para volver a colocarlo en el lugar que merece en la estima y la concurrencia de los escritores cubanos?
Se necesita potenciar el Premio al nivel de un espectáculo social y no tratarlo como un acto rutinario más, aprender los modos de generar expectativa, conceder tribunas de expresión a sus ganadores, que la organización les otorgue relevancia e importancia. Hay, para ello, todo un entramado de escenarios que van desde las revistas hasta las salas de presentación, la participación en eventos, las sedes provinciales de la UNEAC, un programa televisivo y otras mil variantes más que puedan parecer apropiadas para "construir" la majestad de un premio.

Publicado originalmente en la revista La Letra del Escriba. No 67. La Habana. Marzo 2008. Director: Alberto Edel Morales Fuentes

2 comentarios:

Pedro Pablo Pérez S dijo...

Acertada por los cuatro costadas ésta conversación con Fowler. Desde el titulo de la entrevista hasta el poder analítico de las respuestas.
En la última parte referente al premio UNEAC (aunque la distancia me ausenta)creo que hay una veracidad en los diferentes aspectos que menciona Fowler, para retomar su lugar en la estima.

Un Abrazo, y gracias Edel por mantenerme informado

Anónimo dijo...

Gracias Edel por hacerme llegar esta singular voz.
un abrazón desde las Tempestades de la Tierra Desconocida al Sur