martes, 6 de mayo de 2008

Arlen Regueiro: La edad del almendro

Por Alberto Edel Morales Fuentes


NACIÓ en 1972 en Ciego de Ávila, sigue viviendo en la ciudad de los portales, y ya hoy la crítica lo reconoce como «un nombre en la joven poesía cubana». Pero debió lidiar, y mucho, Arlen Regueiro Más para conseguir esa valoración, desde que en algún momento de la pasada década obtuviera el Premio Nacional de Talleres Literarios con un texto entrañable, Ciudad de rostro oscuro. De entonces acá ha publicado en Ediciones Ávila los poemarios Páginas del agua, Memorias del cuerpo e Identidad para el silencio, y su obra también se encuentra recogida en diversas antologías. La Editorial Letras Cubanas publicó recientemente su libro Pronósticos del mirlo.
Graduado como promotor cultural, y con una intensa y efectiva labor en ese campo, Arlen es también narrador y crítico literario, pero, ante todo, un poeta que mira el mundo desde la poesía, con apego a la belleza y vocación de servicio, aunque para alcanzarla y ofrecerlo deba traspasar muchas veces peligrosos senderos y lodazales innombrables. Con la naturalidad, inteligencia y entrega de un hobbit, carga Regueiro el peso del anillo, sin desertar de su comunidad, y con la sabiduría de un elfo o las artes de un mago, transfigura las contradicciones de lo cotidiano en versos de aliento perdurable para salvar a los hombres. Y es que pocas poéticas en la Isla otorgan tanto peso a un entorno familiar diferente, encuentran tanto en la soledad asumida, muestran tanta vida interior insistentemente metaforizada.
Quizá Arlen lo alcanza por su profundo apego a la historia y las culturas clásicas y por la significación que encuentra en todo lo martiano como mirada original y pertinente para asumir las identidades de lo cubano.
—Hay una particular presencia de los entornos familiares en tu poesía. ¿Qué significación tuvo en tu formación personal y como poeta ese entorno inicial?
—Cierto pensador español advertía: «Soy yo y mis circunstancias», a lo que yo me arriesgo a sumar: «pero también mis elecciones»; de esta forma sería lógico entender cuánto pueden significar esos gestos y palabras que fueron resumiéndose en uno mismo. Gracias a la estoicidad de que aún hace gala mi madre, tuve la dicha de nacer aquí, en esta ciudad de los Portales, y no en aquel sitio perdido de la geografía (por aquel entonces camagüeyana), donde todo movimiento se concentraba en el tráfago de la zafra y la densidad del bagacillo sobre la fábrica de azúcar. Aquella maldita circunstancia de la caña por todas partes, donde viví durante mis primeros años, estableció que la presencia del ámbito doméstico sea evocada más allá que por el simple aroma de los postres.
«Mis abuelas, un hermano algo mayor y mi padre, me dieron la oportunidad de leer, de no tenerle miedo a las palabras. Por eso, cuando mis padres se divorciaron, y me mudé con mi madre para Ciego, aprendí a llenar todos los vacíos con la lectura, evocando las tardes en que mi abuela nos leía las novelas de Balzac, Tolstoi, Dickens, etc; libros que hurté de la biblioteca familiar para conocer las historias reales que después me dejaron leer como para que inventara mis propias historias, aprovechando la puerta que mi padre me abrió desde Martí, haciéndolo la brújula más perdurable y eficaz, no solo en mi vocación sino también en mi vida».
—¿Qué utilidad puede tener la poesía para un ser humano del siglo XXI, asediado desde todas partes por una multiplicidad de mensajes?
—Siempre que se habla del fin de la poesía, de su muerte, no puedo evitar recordar a Bécquer. Eso que muchos dan por llamar «ambigüedades, sugerencias y misterios» para el poeta no es más que la cristalización del lenguaje, puro, transparente e inefable.
«Como el agua que nos calma la sed, la poesía ofrece la oportunidad de salvarnos señalando el camino de la verdad. Por eso preferiría afiliarme, constantemente, a cierta presunción de las vanguardias cuando pretendían que el arte (entiéndase aquí la poesía en el sentido más amplio) se convirtiera en la religión del hombre moderno, aquello que sostendría su fe en sí mismo. Será la voluntad de los poetas, su capacidad de resistencia, lo que puede hacer imperecedera la utilidad de la poesía como una de las más sólidas alternativas ante lo fatuo e inhumano, pero ese impulso, ese estado ha de ser veraz para llegar a las esencias y no vendrá a lograrlo un discurso anclado en laberintos o ciudadelas de vidrio, sino quien advierta, desde García Lorca tal vez, que la poesía está en la calle, rumiando su carácter de perdurable libertad.
«Experiencias como la gira La Estrella de Cuba colocan al poeta, al hombre que propicia nuevos discursos, en el centro mismo de esta guerra, no como ente ajeno e imparcial, sino como auténtico protagonista en la defensa de nuestra identidad, de los valores que la hacen indestructible, capaz de movilizar el pensamiento creador, persuadiendo de su autenticidad».
—Tu labor como promotor cultural trasciende sistemáticamente el territorio avileño. ¿No sientes que te desgastas demasiado?
—Si dijera que no he pensado en el desgaste intelectual y en el tiempo perdido, dedicado a otra cosa que no sea leer o escribir lo que me inquieta e interesa, mentiría. Los más próximos, la familia real y la espiritual, constantemente intentan persuadirme por todo cuanto pierdo al no dedicarme exclusivamente a escribir. Afortunadamente uno, como buen hijo de proletarios que es, tiene primero que ganarse el pan para hacer el verso, y esto, según mi buen abuelo (el hijo de mambí) uno tiene que hacerlo en aquel lugar y espacio donde le sea más grata la presencia, o al menos disfrute el sudor que invierte en la faena.
«Ya el Tiempo demostrará si hice bien o mal, de cualquier modo lo más importante es no perder el tiempo en lamentarse, ni en criticar o intentar erigirse en juez de ciertas circunstancias que pudieran parecer áridas, para mí lo mejor es tratar de inducirle cierta fertilidad al terreno donde nos tocó vivir cierta fiesta innombrable.
«Desde la postura nada ventajosa, por cierto, del joven escritor, hace tiempo me convencí de que la mediocridad y la estupidez caminan solas, mientras que el talento y el honor necesitan siempre una mano amiga, que sostenga y no vacile en desbrozar la selva tenebrosa. Quizá sea imprescindible trascender todo lo humano y entregarnos a una disposición de servicio constante y creadora para lograr que nuestras estructuras funcionen mejor. Entre otras cosas, de todo eso me siento responsable, como también, como miembro de la primera generación auténticamente avileña, de contribuir a la fundación poética de una ciudad nueva, signada por la fatalidad de haber sido siempre un lugar de tránsito».

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